lunes, 5 de octubre de 2009

El Demonio

Todas las miradas apuntaron a las puertas abiertas del bar para ver entrar a un hombre oculto bajo la sombra de una capucha negra. El ruido de las conversaciones y las risotadas de los comensales borrachos se interrumpió en cuanto el misterioso hombre puso un pie dentro del establecimiento. Un silencio sepulcral se hacía eco entre las personas, elevándose hasta convertirse en aturdimiento. El encapuchado avanzó con pasos elegantes, sus botas negras produciendo un sonoro ruido sobre las heladas baldosas del suelo. Las pisadas parecieron marcar el lento ritmo del reloj ubicado en lo alto de la pared y un frío lacerante se deslizó tras ellos, envolviendo el lugar hasta estremecer a cada uno de los presentes y sumirlos en una especie de sueño donde sus consciencias eran absorbidas por una desolación similar al olvido, tan dolorosa como la propia muerte.

El encapuchado no levantó el rostro hasta haber atravesado el bar por completo. Al detenerse sus pasos, las voces ásperas de las personas reanudaron en tono bajo las conversaciones, simulando que nada inusual acababa de ocurrir.

Un hombre corpulento de cabello oscuro poblado de delgadas canas plateadas y vestido con un elegante traje de saco y corbata negros, alzó la vista en cuanto el encapuchado se detuvo frente a él, en la mesa más alejada del lugar. Sus ojos surcados de arrugas examinaron al recién llegado, escudriñando en la oscura sombra que ocultaba su rostro, sin lograr encontrar lo que buscaba. Sin esperar a que el hombre dijera nada, el encapuchado apartó la silla y tomó asiento, cruzando los brazos sobre su pecho.

El hombre soltó una bocanada de humo negro y aplastó la punta del cigarrillo a medio acabar contra la superficie de la mesa, observó de nuevo a su invitado y se irguió sobre la silla. El encapuchado continuaba inmóvil, su cuerpo ni siquiera parecía respirar, cada uno de sus músculos estaba totalmente quieto y lo único que podía divisarse de su rostro era una barbilla cuadrada y finamente esculpida, como la de todos los de su especie, pensó el hombre. Total y completamente perfecta.

- ¿Y bien?- inquirió por fin con una voz áspera y dura.

- Todo está bajo control-. Respondió el encapuchado. Su voz era como un suave siseo, el ulular del viento en la noche oscura. El hombre se removió inquieto.

- Las noticias dicen que han muerto todos-. Continuó, sintiendo cómo el regocijo emergía a sus palabras.

- Es lo que decía el contrato-. Repuso el encapuchado encogiéndose de hombros.

- Así es- corroboró el hombre-. Lo he hecho llamar para otro asunto-. El encapuchado percibió el temor en las palabras del hombre y las comisuras de sus labios se elevaron apenas lo suficiente para dejar ver una leve sonrisa. Aquella era la parte que más disfrutaba. Los humanos jamás aprendían.

- Le escucho-. Murmuró moviendo un poco la cabeza hacia adelante.

- Estoy dispuesto a doblar la oferta-, soltó sin más. Esta vez el encapuchado rió de verdad, una sonora carcajada que pareció un balde de agua fría-. Necesito vivir para hacerme cargo de los negocios- insistió-. El barco naufragó, no hay nadie más que pueda tomar mi lugar, todos están muertos.

- Porque usted así lo pidió-. Repuso el encapuchado con aspereza.

- La mercancía podría perderse sino la controlo, nadie más conoce el procedimiento- el tono del hombre adoptó una desesperación cómica para el encapuchado. Su rostro duro, el traje elegante y el vocabulario previamente escogido no podían esconder la vulnerabilidad de aquel hombre corpulento, codicioso y avaro, que rogaba a un demonio por su propia vida. ¡a un demonio!

- Pídame lo que sea-. Rogó el hombre-. Puedo darle el dinero que desee. El demonio anterior me aseguró que…

- El demonio anterior no está aquí ahora, señor, ¿o sí?- el encapuchado se inclinó para acercarse al hombre-. Éste demonio no está interesado en su dinero. Usted y yo tenemos un contrato, usted mismo lo firmó-. El encapuchado hizo ademán de levantarse, pero el hombre lo detuvo con una sola frase.

- Tengo una hija-. El demonio volvió el rostro y se sentó de nuevo. Nada deseaba más que acabar con aquel hombre allí y ahora. El fuego en su interior se avivaba con la perspectiva de verlo atrapado entre las sombras a las que él mismo se había entregado sin saberlo. Sin embargo, un alma joven era un alma joven. Su necesidad de sobrevivir era superior al placer que le producía engañar a los humanos codiciosos. Además, hacía mucho que no tocaba un alma joven. Su fuerza estaba empezando a resquebrajarse.

Con una mano se apartó la capucha y el hombre abrió ligeramente los ojos al encontrarse con su rostro demoníaco e inhumano de facciones afiladas y ojos que destellaban con un brillo rojizo parecido al de la sangre.

- ¿Qué edad?- preguntó con brusquedad.

- Dieciocho-. El demonio se recostó contra el espaldar de la silla rascándose la barbilla. No era exactamente lo que se esperaba, pero al menos era lo suficientemente joven como para satisfacerle por un tiempo. Clavó sus ojos rojizos en el hombre, escudriñando en su consciencia en busca de un indicio de engaño. Decía la verdad, no había duda de ello. Estaba demasiado asustado como para arriesgarse un poco más. El demonio se relamió ante la idea de volver a probar un alma fresca. Desde su llegada a la tierra, los humanos con los que había tenido relación habían sido todos corrompidos, maliciosos y condenados. Las almas puras de las que necesitaba alimentarse estaban casi extintas.

Un brillo de esperanza iluminó los ojos oscuros del hombre. El demonio apoyó los brazos sobre la mesa y se le acercó amenazadoramente.

- Tres días- murmuró-. Ni uno más-. El hombre asintió asustado y escribió con mano temblorosa el nombre de la joven en el papel que le dio el demonio. Éste lo guardó en su bolsillo y, sin más qué agregar, desapareció entre las sombras, dejando al hombre sólo y devastado por lo que acababa de hacer.

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